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Juan el Obediente

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Categorized Under: Cuentos y Audiocuentos en Español
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JUAN EL OBEDIENTE

Como todos los días, Juan dormía plácidamente en el jardín de su casa bajo la sombra de un enorme árbol, mientras su madre cocía ropa todo el día sin descansar, para después venderla en el mercado del pueblo.  Ellos eran muy pobres, y el dinero que ganaba con su venta apenas les alcanzaba para comer.  En realidad, a Juan no le importaba todo lo que su madre hacía por él, y aunque era fuerte y saludable, parecía como si hubiera nacido cansado.  Era muy flojo, no le gustaba trabajar, y no movía un dedo para ayudar en las labores de la  casa. 

Un día, ella se sentía más cansada que nunca, y le dijo: “Hijo, yo te quiero mucho y necesito tu ayuda, pero si no trabajas para ganarte el pan de cada día, con todo el dolor de mi corazón te digo que tendrás que irte de la casa y buscar otro lugar en donde vivir porque yo ya no puedo mantenerte”. 

Juan miro a su madre incredulo.  ¡Como era posible que ella le hubiera dicho eso!. Aun asi se resigno  y acepto obedecerla, por lo que a la mañana siguiente salió a buscar trabajo. 

Después de un rato de caminar por el campo llego a una granja, y para su buena suerte, el granjero le dijo que lo ayudara a limpiar el establo.  Al final del día cuando el granjero le dio una moneda de plata por su trabajo, Juan la tomo con manos temblorosas y saltando alegremente se dirigió a su casa. Iba tan distraido, que al pasar por un puente se le cayó la moneda al agua y ya no la pudo recuperar.  “¡Eres un tonto!”, le dijo su madre, “deberías haber colocado la moneda en el bolsillo de tu pantalón”.  “La próxima vez lo hare”, le contesto Juan. 

Al siguiente día, Juan salió nuevamente y encontró trabajo con otro granjero que tenía muchas vacas.  Al terminar su jornada, el campesino le pago su salario con un bote de leche fresca, y recordando las palabras de su madre, lo coloco adentro del bolsillo de su pantalón.  Sin embargo, al ir caminando el bote se abrió y toda la leche se derramo antes de que pudiera llegar a su casa.  “¡Eres un tonto!”, le dijo su madre, “deberías haber colocado el bote sobre tu cabeza”.  “La próxima vez lo hare”, le contesto Juan. 

Al otro día, Juan se dirigió al pueblo y encontró trabajo en una tienda donde hacían queso.  Por la tarde, el dueño de la tienda le pago su trabajo con un gran pedazo de queso.  Juan se lo agradeció, y siguiendo la recomendación de su madre, lo coloco sobre su cabeza y se fue a su casa.  Esta vez, al ir caminando, el queso se empezó a derretir por el calor del sol empapando completamente su cabello.  “¡Eres un tonto!”, le dijo su madre cuando lo vio llegar, “deberías haber traído el queso en tus manos”.  “La próxima vez lo hare”, le contesto Juan. 

Nuevamente, tan pronto amaneció, Juan se fue al pueblo donde encontró un trabajo con un hombre que hacía pan.  Al terminar, el panadero le pago su trabajo con un gato.  Juan tomo el gato en sus manos, y empezó a caminar hacia su casa.  Desafortunadamente, a los pocos minutos el gato empezó a arañar tanto a Juan, que no le quedo más remedio que dejarlo ir.  “¡Eres un tonto!”, le dijo su madre cuando vio sus manos cubiertas de sangre, “deberías haber amarrado al gato con una cuerda y estirarlo detrás de ti”.  “La próxima vez lo hare”, le contesto Juan. 

El no se daba por vencido, y al día siguiente se fue a trabajar con un hombre que vendía carne.  Al final del día, el carnicero le pago generosamente su trabajo con un gran pedazo de carne, y en ese momento Juan recordó lo que su mama le había dicho.  Entonces, saco una cuerda del bolsillo de su pantalón y amarro el trozo de carne y lo estiro durante todo el recorrido a su casa. Pobre Juan, porque cuando llego, la carne estaba cubierta de tierra, hojas secas, y desechos de animales, y ya no se podía comer.  “¡Eres un tonto!”, le dijo su madre, “deberías haber colocado la carne sobre tus hombros”.  “La próxima vez lo hare”, le contesto Juan. 

Y con la luz de un nuevo día, Juan salió de su casa y encontró trabajo con otro granjero, quien, como pago por su labor, le dio un burro. Aunque Juan era muy fuerte, para él fue difícil cargarlo para colocarlo sobre sus hombros, pero finalmente lo logro y empezó a caminar lentamente hacia su casa. 

Durante su recorrido paso por la casa donde vivía un hombre muy rico y su única hija, que por cierto, era muy hermosa.  Tristemente, la joven era sorda y muda.  Los doctores del pueblo le habían dicho a su padre que eso se debía a que ella nunca se reía.  “Ningún hijo puede escuchar o hablar hasta que primero haya aprendido a reír”, eso le dijeron.  El hombre había intentado de muchas maneras hacer reír a su hija, hasta se vistio de payaso, pero nada funciono.  Era tanta su desesperación, que le dijo a la gente del pueblo que el hombre que la hiciera reír, se convertiría en su esposo y heredaría la mitad de su fortuna. Por supuesto que muchos lo intentaron, pero ninguno tuvo éxito. 

Esa tarde, cuando Juan paso por la casa del hombre rico, casualmente la joven estaba parada frente a la ventana.  Ella lo miro azorada, y pensó si en realidad era un burro lo que llevaba sobre sus hombros. A medida que él se acercaba, ella dio cuenta de que si lo era, y le pareció muy gracioso ver al pobre burro sentado con las patas estiradas en el aire. Entonces, se empezó a reír a carcajadas, y cuando lo hizo, instantáneamente empezó a escuchar y a hablar, tal y como lo habían pronosticado los doctores.  Su padre estaba tan feliz que mantuvo su promesa y permitió que Juan se casara con ella. 

Finalmente, Juan se convirtió en un hombre muy rico.  Vivió muy feliz en una enorme casa junto a su esposa y su madre, y nunca mas tuvo que trabajar.

AUTOR: JOSEPH JACOBS (1890)

ADAPTADO POR: KIDSINCO

 

 

 

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